Medicina Medieval

Llegando de su antiguo pasado, el saber médico irrumpe en la Edad Media con los conocimientos heredados de la medicina grecolatina, con los documentos que ha podido recopilar de la época de oro alejandrina, y la más apreciada colección de escritos que aún se conservan sobre su famosa escuela.

«De Medicina», publicada en latín por Aulo cornelio Celso, un enciclopedista y médico romano de inicios del siglo I a.C. es considerada la más importante obra médica publicada en ese idioma. Un conjunto de ocho libros que comprende, Historia de la medicina, Patología General, Enfermedades específicas, Partes del cuerpo, Farmacología [en dos tomos], Cirugía y Tratamiento de huesos [fracturas y ortopedia]. En el prefacio de esta magnífica colección Celso dice: «… hay que reconocer que nada es de mayor utilidad, incluso para el método racional de curación, que la experiencia, «… la observación de estas cosas (síntomas) constituye el arte de la medicina, que se definen como una cierta manera de proceder, que los griegos llaman Método».

Con la decadencia de Roma en el 330 d.C. se produjo la división de su gigantesco Imperio. El Occidental continuaría siendo representado por su histórica y legendaria capital, hasta su caída en el 476. El pujante Imperio Oriental, representado por Bizancio, su primera ciudad capital, continuaría hasta 1453, cuando Constantinopla fue conquistada por los turcos otomanos. En el Imperio dividido la medicina toma rumbos diferentes, mientras en Roma, charlatanes, impostores y aventureros contribuyen a la disminución de  su prestigio, en Bizancio se preservaban los  conocimientos clásicos de los griegos.

Medicina bizantina
En la medicina bizantina se destacaron médicos como Oribasio, Alejandro de Tralles y Paulo de Egina. Oribasio, realizó una compilación en 70 volúmenes basada en sus estudios de Galeno; Alejandro de Tralles, nacido en el 525 viajó mucho con el propósito de estudiar, terminando por establecerse en Roma, donde residió hasta su muerte en el 605. Fue el único de los compiladores bizantinos caracterizado por alguna originalidad especial. A pesar de ser un continuador de Galeno, su libro, «Práctica», impreso en Lyon en 1504, contiene solo algunas descripciones de enfermedades y prescripciones que parecen ser propias.                                                                                                                      Sus resúmenes a propósito de la locura, de la gota, de la disentería y de los desórdenes parecidos a los del cólera, se encuentran por encima de todo lo que le rodeaba. Su obra contiene un capítulo notablemente original acerca de los parásitos intestinales y de los vermífugos. Igual que Galeno, recomendaba una dieta láctea a abundante, el cambio de aires y los viajes por el mar para combatir la tisis.                                                                                                                                                Historia de la medicina, tomo I , por Fielding H. Garrison -1921 – [126=11])

Paulo de Egina nació a principios del siglo VII d.C., estudio medicina en Alejandría y fue reconocido como el autor de un compendio médico muy popular durante un largo período de tiempo, especialmente entre los árabes, quienes, doscientos años después de su muerte lo tradujeron del griego a su idioma y posteriormente al latín. El contenido de la obra trata sobre dietética de la mujer embarazada, de enfermedades infantiles, patología general, doctrina de las fiebres, enfermedades del cabello, del cerebro, de los nervios, de los ojos, oídos, nariz, boca, dientes y cara; también de enfermedades de la piel, inflamaciones, hinchazones, tumores, heridas, úlceras, fístulas, hemorragias, lombrices, afecciones de las articulaciones, toxicología y más.                                                                                                                    Pudiéramos continuar proporcionando un análisis mayor del contenido de su obra, pero hacerlo reduciría el espacio que preferimos dedicar a otras etapas de la evolución de la medicina.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             El crecimiento de la medicina por Albert H. Buck, BA, MD [196-201]

Antes de proseguir nuestro recorrido histórico por el período de la medicina musulmana contemplemos primero, panorámicamente, como era la medicina medieval en la Europa cristiana, después hablaremos de la influencia que la religión tuvo en ella. Por considerarlo oportuno debemos recordar que fue durante el gobierno del emperador bizantino Constantino I. que el cristianismo dejó de ser perseguido, convirtiéndose en la religión oficial del Imperio el 27 de febrero del 380, durante el gobierno del emperador Teodosio I.

Todos sabemos de las persecuciones que fueron víctimas los primeros cristianos en la Roma imperial, pero también debemos recordar que cuando el poder es representado por un obtuso, o conveniente fanatismo, todo lo que no emane de él o tenga su aprobación será prohibido, perseguido y  condenado. Fue así como la ignorancia, la ambición y las conquistas iniciaron el ocaso de la medicina helenística en Egipto. Fue así como las sombras del fanatismo religioso cubrieron los primeros siglos de la Edad Media europea; como en este medio desfavorable las ciencias fueron preteridas, consideradas irreverentes, o innecesarias, si sus concepciones no se adaptaban al fanatismo de la época; si un tema, o hecho especifico, no era mencionado en los textos sagrados.

Saben los historiadores y estudiantes de cualquier disciplina, los amantes del arte antiguo y de los modernos medios informativos, que toda experiencia humana es influida por las luces y sombras que oscurece o ilumina su presente. Así esta constante ralentizaba el progreso científico en la Europa medieval.  Mientras Francisco I de Francia usaba, en presencia del Papa León X, el «poder divino » del Toque Real, para curar a un enfermo,  ese mismo Papa  vendía  «indulgencias perdonadoras de pecados», para equilibrar las finanzas de la Santa Sede. 

No obstante la verdadera fe cristiana, la que no emanaba de la conveniencia y de la oscuridad entronizada, no se alejaba de los que más necesitaban de su apoyo, siendo la empatía con la fragilidad humana la dedicada a cuidar del alma y la salud física, de la salvación corporal y espiritual del hombre en su camino ascendente al Reino de los Cielos.

Lamentablemente, esta voluntad empática se encontraba limitada y era alterada muchas veces por la ignorancia pasiva de los que aceptaban el obtuso predicamento del fanatismo, cuando la discrepancia entre el raciocinio y los dogmas religiosos resultaban en una respuesta desfavorable a la Razón. Basta solo recordar, aunque alejándonos momentáneamente del contexto de nuestra narrativa, el radical antagonismo conceptual que fragmentó el cristianismo medieval a partir de 1517 con la Reforma protestante iniciada por Martin Lutero, y la Contra Reforma, la respuesta de la Iglesia católica al movimiento reformista. Las divergencias dogmáticas causaron la división del cristianismo medieval, el fanatismo a las guerras religiosas que estremeció la cristiandad europea.

Fue en los monasterios donde la a fe mostró su empatía por los que más necesitaban de ella, cobijando entre sus muros a desvalidos, viajeros, y enfermos desamparados. Lamentablemente sus prácticas curativas no se alejaban de las influencias religiosas que influían en su hacer, mientras que el conocimiento de la medicina helenística languidecía en la oscuridad, aprovechándose muy poco de ella.

A toda esta realidad el cristianismo medieval sumaría el concepto que consideraba al cuerpo humano como una vil prisión del alma y no requería mayores estudios, agravándose esta concepción al incorporar el criterio de que la enfermedad era un castigo proporcionado a los pecadores, como consecuencia de un acto de brujería, o por una posesión demoníaca, por lo cual era necesario acercarse más a la iglesia, a la oración y a las penitencias. Es decir, se regresaba a las concepciones de las sociedades antiguas, que supeditaban la causa y la cura de los males humanos a los poderes sobrenaturales.

La medicina monástica se mantuvo activa hasta el Concilio de Clermont de 1130, en que se prohibió a los monjes ejercer la medicina porque perturbaba la vida sacerdotal.
No obstante lo antes mencionado, debe recordarse que en la temprana Edad Media surgieron órdenes militares que proporcionaban cuidados a enfermos y heridos, entre las cuales, algunas de las más famosas fueron la de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, congregación católica fundada hacia 1095, con el propósito de cuidar de aquellos que sufrían la enfermedad del ergotismo [enfermedad ocasionada por ingerir alimentos contaminados por Micotoxinas], la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén fundada en 1098, los Caballeros Hospitalarios en 1099, los Caballeros Teutónicos en 1190, y los Hermanos de Alexianos XIV. En 1472, el Papa Sixto IV aprobó y confirmó a los Hermanos Alexianos como comunidad religiosa bajo la protección de San Agustín. Actualmente se encuentran presentes en Alemania, Bélgica, Inglaterra, Irlanda, Filipinas, Hungría y Estados Unidos.
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A las anteriores seguirían órdenes religiosas compuestas por mujeres. las Hermanas Agustinas, o Hermanas Hospitalarias de San Agustín, antes llamadas Hermanas de San Cristóbal, era una de las más antiguas. Dedicada exclusivamente al cuidado de los enfermos del hospital Hôtel Dieu de París. Si la responsabilidad de estas admirables mujeres en el cumplimiento de su trabajo era encomiable, su devoción religiosa también. Sin embargo, recordemos que la atención proporcionada a los pacientes respondía a prácticas de enfermería, no a prácticas médicas.

Hospitales cristianos hubo en toda la Europa medieval, pero como todos, matizados por características similares preferimos mencionar solo uno de los más conocido, el Hotel Dieu de París, fundado a mediados del siglo VII por Landerico, el obispo de la ciudad. El Hotel Dieu, considerado el primer hospital que tuvo la capital francesa fue dedicado a San Cristóbal. Situado cerca de la catedral de Notre Dame, el pequeño centro, dedicado realmente a cuidados de enfermería, se desarrolló hasta convertirse en la gran institución cuya fama en todo el mundo todavía perdura. La información más completa sobre la enfermería de la época procede precisamente de los centros de Lyon y París. El nombre de Hotel Dieu (casa de Dios), se solía utilizar en Francia para indicar el principal hospital de un pueblo o ciudad.

Los hospitales cristianos de los primeros siglos de la Edad Media más que hospitales eran hospicios destinados a proporcionar cuidados a todos los que a ellos acudían, peregrinos, personas pobres y enfermos.                                                                                                                                                Los propiamente médicos eran administrados por  órdenes religiosas como la de San Juan, a cargo del Hospital de Jerusalén, fundado en 1099 en esa ciudad. El hospital de San Bartolomé, fundado en 1123, en el cual William Harvey, el primero en describir a la circulación sanguínea, comenzaría a ejercer como médico en 1609; también, el hospital del Espíritu Santo fundado en 1180, institución precursora de la famosa universidad de Montpellier.

Resumiendo, la medicina medieval europea pasa a la historia distinguida por su carácter especulativo, en ella la teoría médica constituía lo sustantivo, la labor manual lo secundario.